Bajante del río Paraná: causas e impactos de un evento extraordinario

El descenso del nivel del agua, que se viene manifestando desde fines de 2019 y en julio de este año registró valores por debajo del cero en el puerto de Santa Fe, convierte a esta bajante en la primera más pronunciada del siglo XXI, luego de que un fenómeno similar ocurriera 11 veces entre 1909 y 1969. Causas e impactos sobre la geomorfología fluvial, los ecosistemas y las infraestructuras son ejes de este problema que analizan especialistas de la UNL.

El 21 de julio de este año, el río Paraná —uno de los sistemas fluviales más grandes del planeta— midió por debajo del cero en el puerto de Santa Fe: -0,05 metros. Esto es, un valor que una bajante extraordinaria alcanza por primera vez en el siglo XXI, luego de que un evento de este tipo  ocurriera 11 veces, entre 1909 y 1969, con el registro más pronunciado en 1944, de -1.03 metros.

El déficit de precipitaciones en las cuencas brasileñas de los ríos Paraná e Iguazú es uno de los factores determinantes de esta bajante. Según indican los pronósticos para los próximos meses, el régimen de lluvias será inferior al normal, por lo que se espera que los caudales y niveles del décimo río de llanura más importante del mundo continúen bajos y se agraven los cambios en su dinámica geomorfológica, en las especies adaptadas a este ambiente y en las infraestructuras, tales como vías navegables, obras de ingeniería vial y servicios de provisión de agua potable y saneamiento, entre otros impactos.

Especialistas de la Universidad Nacional del Litoral analizan este escenario desde una mirada integral.

Dinámica y paisaje 

“A diferencia de las crecientes, las bajantes son más «silenciosas» y tienen consecuencias más paulatinas. Ambas se caracterizan por su duración. Por eso, desde la hidrología no solo se estudian los niveles o caudales, sino también la permanencia del fenómeno”, señaló Rosana Hämmerly, docente e investigadora de la Facultad de Ingeniería y Ciencias Hídricas (FICH) de la Universidad Nacional del Litoral (UNL). En este sentido, añadió: “este escenario, con alturas que no se registraban desde el año 1969, trajo aparejada una serie de complicaciones, tales como tomas de agua potable que quedan al descubierto; represas que no pueden generar hidroelectricidad suficiente; falta de recarga de reservorios para riego y de acuíferos; dificultades para la navegación; pérdida de capacidad de autodepuración de los ríos, entre otras”.

A esta lista también deben sumarse los cambios en la geomorfología fluvial. “El cauce principal del Paraná, que tiene un promedio aproximado de 2000 m de ancho hasta Rosario, mantiene una vasta red de cauces secundarios que definen un área de islas que ocupa en Argentina una superficie equivalente a más de una vez y media la provincia de Tucumán. Con la bajante, su paisaje se ha modificado. Numerosos brazos menores cercanos al cauce principal se cerraron para siempre y otros se achicaron ostensiblemente por el desarrollo de bancos de arena devenidos en nuevas islas, al colonizarse con vegetación durante estos dos últimos años de aguas bajas sostenidas. No obstante, el cauce principal no perdió sus características morfológicas básicas. Mantiene en su lecho un canal natural profundo, de entre 200 y 500 m de ancho y de 5 a 7 m de profundidad en casi todo el territorio argentino, que asegura su navegabilidad, dependiendo del porte de las embarcaciones que lo transitan”, detalló Carlos Ramonell, docente e investigador de la FICH que lleva años estudiando la dinámica geomorfológica en el tramo medio del río Paraná (desde la confluencia con el río Paraguay –norte de Corrientes– hasta Rosario, aproximadamente).

Según el investigador, “casi el 80 % de los cauces secundarios más alejados ha dejado de funcionar transitoriamente, y al desconectarse entre sí, también lo hicieron las lagunas, reducidas a su mínima extensión respecto de la que tuvieron en los últimos 50 años. Las aguas han incrementado su tenor salino, denotando una mayor influencia de las aguas subterráneas que descargan en el río. Asimismo, las márgenes colapsan regularmente en derrumbes puntuales y millares de especies adaptadas a este ambiente se encuentran expuestas a condiciones de estrés”.

Con respecto a la componente subterránea que circula en el río —denominada flujo base o caudal base del río—, la docente e investigadora de la FICH Mónica D’Elía explicó que “los niveles de agua subterránea en cercanías de la laguna Setúbal descendieron alrededor de un metro desde fines del año 2019 a la actualidad y en todo momento fueron superiores a la altura de agua de la laguna, lo cual corrobora que la descarga del acuífero se produce en este cuerpo de agua”, aseveró.

Al respecto, Pablo Serra Menghi, docente de la FICH y profesional experto de Aguas Santafesinas SA, comentó que actualmente el abastecimiento en la ciudad de Santa Fe se ha concentrado en la toma Hernández (riacho Santa Fe), con aportes predominantes de agua de la Laguna Setúbal, la cual —en situación de estiaje— tiene contenidos salinos aportados por el sistema de Los Saladillos. “En condiciones de bajante extrema como la actual, los contenidos salinos superan los habituales y eso denota, en el caso de Santa Fe, sabores salobres en el agua de consumo. Sin embargo, la potabilidad del agua no se ve afectada y no modifica su condición de agua segura para consumo humano. En general, los procesos de potabilización no se ven afectados en situaciones de bajante, pero impacta en los insumos químicos, aumentando los costos de potabilización. No obstante, las plantas terminan garantizando la calidad del agua para el consumo humano”, aclaró.

Comunidades biológicas

Pablo Collins, director del Instituto Nacional de Limnología UNL–CONICET, sostiene que existe una evolución conjunta del ambiente y las especies. “Las comunidades biológicas que se encuentran en el río y su valle de inundación sobreviven en parches que están conectados entre sí. La dinámica de conexión y desconexión y la posibilidad de que los organismos puedan moverse entre diferentes hábitats permiten a las especies y a sus poblaciones sobrevivir. La conectividad de estos sistemas es un factor relevante para mantener estables a estas especies y se puedan desarrollar. Si la intensidad del fenómeno de bajante llegara a ser muy extrema, algunos de estos parches irán desapareciendo”, advirtió el especialista.

Asimismo, el especialista comentó que en situaciones de bajante, “si el volumen de agua baja y se mantiene en ella la misma cantidad de individuos, se produce un aumento de las concentraciones de organismos y de todos los elementos químicos existentes, incluyendo excretas y toxinas. A esto se suma la diminución de oxígeno disuelto, los cambios en concentraciones de iones y cationes, en el pH o potencial redox, aumento de concentración de nutrientes, depredación y cambios en las cadenas tróficas”.

En cuanto a la pesca en el río Paraná, Collins explicó que esta se basa principalmente en especies migradoras, que son de crecimiento lento, es decir, que requieren varios años para llegar a tamaño comercializable. Así, los individuos de las especies que conforman el stock pesquero actual posiblemente son aquellos que nacieron en 2015/2016, mientras que las que nacieron a fines del año pasado y se están criando este año van a poder ingresar posiblemente al stock pesquero a partir del 2024/2025. “Por lo tanto, si los juveniles no consiguen encontrar un área de cría, el stock pesquero va a estar mermado en los próximos años. Esto conllevará un desafío de gestión para generar en estas pesquerías un grado de sostenibilidad en el sistema”, concluyó.

Infraestructura

Uno de los múltiples usos que se hace del río es la navegación. Un ejemplo significativo es la Hidrovía Paraná–Paraguay, el corredor natural de transporte fluvial de mayor desarrollo y trascendencia económica para toda la Cuenca del Plata y uno de los más extensos del planeta, con más de 3.400 km de largo, que permite la navegación continua entre los puertos de Argentina, Brasil, Bolivia Paraguay y Uruguay.

Refiriéndose en general a las hidrovías argentinas, el docente e investigador de la FICH Hugo Prendes contó que aquellas que actualmente tienen trabajos de mantenimiento de profundidades y/o de señalización abarcan desde el océano (km -239) hasta Santa Fe (km +586), con profundidades de 34, 36 y 27 pies para buques oceánicos con cargas parciales; y desde Santa Fe hasta confluencia (km +1239), con profundidades de 12 pies para convoyes de barcazas. El movimiento general promedio de cargas es de aproximadamente 130 millones de toneladas por año en el tramo profundo (36 pies) y 20 millones de toneladas por año para el tramo menos profundo (12 pies).

En situaciones de bajante se produce una disminución de las profundidades náuticas, lo cual limita seriamente la navegación. “En este sentido, para la navegación fluvial, ya sea de convoyes de barcazas en toda la hidrovía como de buques oceánicos desde Santa Fe al océano, es muy importante que el río tenga caudales medios y/o altos, ya que esto permite un mayor calado, esto es, la altura de inmersión de las embarcaciones, y en consecuencia el transporte de más toneladas de carga”, advirtió el especialista.

En cuanto a la infraestructura de servicios sanitarios, Serra Menghi, docente de la FICH y profesional experto de Aguas Santafesinas SA, expresó que “ante situaciones de bajante, lo preocupante es la disponibilidad de agua, asociada a inconvenientes de cantidad y calidad. Es decir, el problema principal se da en las obras de toma para captar el agua en cantidad suficiente para incorporarla al proceso de potabilización”.

Dado que el impacto de la bajante se profundiza a medida que se extiende en el tiempo, a la vez que se proyectan valores de estiaje mayores a los registrados hasta el momento, se prevé que habrá menos disponibilidad y menor calidad de agua cruda, por lo que el suministro de agua estará más exigido.

“En general, se prevé una merma en el rendimiento de las tomas de agua cruda mayor al 30 %, por lo cual, garantizar el suministro implica reponer capacidad de bombeo con nuevos equipos que complementen a las instalaciones existentes. Es decir, se deben revisar a cada momento las capacidades de captación y transporte de agua cruda para garantizar una oferta razonable, que varía según la ubicación de la toma y el tramo del río que se esté evaluando”, explicó Serra Menghi.

Como conclusión, el experto remarcó que “el efecto de la bajante en la infraestructura de servicios sanitarios es importante. Desde el punto de vista de la calidad, los operadores están en condiciones de garantizar el agua para consumo humano. Sin embargo, la incertidumbre sobre la disponibilidad y la posibilidad de captarla es lo que debe preocupar a los gobiernos, a las empresas prestatarias y a los usuarios, teniendo en cuenta que no solo hay que hablar de oferta, sino también de cómo gestionar la demanda para hacerla compatible con una bajante de estas características”.

Desmoronamientos

Uno de los fenómenos que llamó la atención durante los últimos meses fueron los desmoronamientos ocurridos en las márgenes del río Paraná, particularmente en zonas aledañas a la ciudad de Rosario.

Al respecto, Prendes explicó que “las peores condiciones para la estabilidad de las márgenes se dan generalmente por la combinación de tres efectos: sobrepeso de los suelos por lluvias, situaciones de estiaje como la actual y erosiones fluviales del pie de la barranca, generalmente ocurridas durante una crecida previa. En algunos casos, dos o incluso una de estas tres condiciones críticas resultan suficientes para que se produzcan deslizamientos o fallas en masa de las márgenes”, puntualizó el especialista.

¿Solo un problema hídrico?

Si bien esta bajante puede considerarse un fenómeno provocado principalmente por causas naturales, la relación de los seres humanos con el río al largo de la historia también es un factor que debe considerarse al momento de analizar las causas de este tipo de eventos.

“Cambio climático, cambio en el uso de suelo, variabilidad hidrológica y climática son conceptos que sirven para explicar lo que estamos viviendo con la bajante. Los expertos dicen que estos eventos van a ser cada vez más intensos y más frecuentes, tanto en magnitud como en duración, por lo que tenemos que aprender a convivir con estas situaciones”, expresó Viviana Zucarelli, docente e investigadora de la FICH.

En este sentido, la especialista aclaró que, si bien esta bajante tiende a ser comparada con la ocurrida en 1944, lo cual permite pensarla también como parte de un ciclo del río, las características actuales de la cuenca son completamente diferentes de las del siglo pasado. “Además del incremento de áreas urbanas, que en el caso de América Latina creció del 40% en 1940 al 80 % en la actualidad, tenemos el caso de la provincia de Entre Ríos, donde en 1970 había 700 mil hectáreas cultivadas y más de 2 millones en el año 2000”, argumentó Zucarelli.

De cualquier modo, si bien las actuales características de la cuenca son muy diferentes, y las condiciones de la naturaleza, como las precipitaciones, no se pueden manejar, existen instancias de planificación para prever y actuar ante situaciones extremas, sobre las cuales los gestores se pueden basar para adoptar medidas en beneficio de la población y del ambiente, con una mirada integral sobre un sistema hídrico complejo.

Ahora bien, es importante que esas medidas sean tomadas a tiempo. “Fenómenos como esta bajante también están asociados a la falta de planificación. Estamos acostumbrados a trabajar en la emergencia. Hoy tenemos sequía pero mañana podemos tener inundaciones. Por eso se debe gestionar el recurso hídrico de manera integrada, es decir, entendiendo que el agua es transversal a todos los usos y no debe estar sujeta a un aprovechamiento sectorizado y fragmentado”, concluyó Zucarelli.

Nota central de El Paraninfo. Agosto 2021. Por Mariana Romanatti mromanatti@fich.unl.edu.ar

 

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